Época: mosaico
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
El mosaico europeo

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

Desde la Unión de Kalmar (1397) los tres países nórdicos habían forjado un pasado histórico común, y aunque Suecia alcanzó su independencia en el siglo XVI, los otros dos reinos permanecieron unidos a lo largo de la Edad Moderna. A pesar de la unión existían muchos elementos diferenciadores entre ambos, tanto a nivel político como económico, y debido al hecho de que Noruega siempre giró en torno a las necesidades de Dinamarca. La estructura económica noruega era muy arcaica, basada en una agricultura rudimentaria, ya que sólo las franjas costeras eran cultivables, y orientada al autoconsumo, en la minería del hierro y en la explotación forestal, exportándose mucha madera para la construcción naval. En Dinamarca también la agricultura era el pilar básico de la economía pero en la centuria que nos ocupa se advierten profundos y renovadores cambios en todos los sectores productivos; se introducen nuevas técnicas agrícolas que hacen aumentar los rendimientos por unidad de superficie, se amplía la extensión cultivada con muchas roturaciones, se hacen cercamientos para la ganadería y se diversifican los cultivos, generalizándose algunos nuevos como la patata; el comercio recibe un gran impulso, sobre todo el de largo alcance, al crearse compañías comerciales, activas en el Levante y el Mediterráneo, que conviven con el comercio tradicional en el Báltico. A nivel institucional encontramos un aparato de Estado escasamente desarrollado, con un raquitismo financiero permanente, y unos organismos dominados por la nobleza. El monarca, a pesar de los intentos absolutistas de Federico III (1609-1670), sigue supeditado a los intereses nobiliarios al ser una Monarquía electiva y tener que suscribir las condiciones y los compromisos que le suponen, en la práctica, compartir el poder con los nobles. No obstante, los Oldemburg iniciaron una política de reforzamiento de las atribuciones regias y para ello buscaron el apoyo de una burguesía emergente y dinámica, y de una nobleza de servicio que se crearía ahora. Junto al monarca y la nobleza, los grandes propietarios de tierras, subsiste una amplia masa de campesinos, de los cuales sólo una pequeña parte poseen tierras y el resto permanece adscrito a la servidumbre al estilo oriental.
Los años iniciales del reinado de Federico IV (1699-1730) están fuertemente mediatizados por el desencadenamiento de la Guerra del Norte y la amenaza sueca. Ante ello Federico establece un concierto diplomático con los enemigos de Suecia para garantizar sus territorios y vengarse de las humillaciones pasadas, y, de paso, lograr algunas compensaciones territoriales. En 1700 las tropas suecas invaden Dinamarca y ésta se ve impotente para rechazar el ataque; no obstante, en el Tratado de Travendhal (agosto 1700) se mantiene el statu quo territorial. Pero tras las derrotas rusa de Narva y la polaca de Khiszow, Dinamarca busca un nuevo juego de alianzas. En octubre de 1709 el Tratado de Copenhague con Rusia le permite emprender la invasión de Escania (su reconquista era uno de los objetivos permanentes de la política exterior danesa) pero sus tropas son derrotadas en Helsinborg (febrero 1710) y Gadebusch (diciembre 1712) ante la superioridad sueca. En 1713 Federico retoma la iniciativa atacando Verden, Bremen y Wismar y participando en el sitio de Stralsund, pero es nuevamente vencido y Suecia ahora tampoco se deja arrebatar Escania. La paz de Frederiksborg (1720) y el Tratado de Estocolmo suponen la restitución a Dinamarca de las franquicias arancelarias del Sund, perdidas en la Guerra de los Treinta Años a favor de Suecia, y el pago de 600.000 escudos por causa de la guerra. Aunque no hubo adiciones territoriales, el fin del conflicto supondría paz y tranquilidad para los daneses hasta comienzos del siglo XIX.

Esa atención constante al problema exterior no impidió a Federico, llamado el gran administrador, reinar perfeccionando el sistema de gobierno en sentido centralizador y absolutista, o adoptando algunas medidas que suavizaran las condiciones de vida de sus súbditos. En efecto, en 1702 el rey intentó acabar con uno de los aspectos más onerosos de la servidumbre, al abolir la propiedad del señor sobre la vida del siervo. Como objetivo prioritario, Federico quiso sacudir el yugo de la nobleza sobre la institución real; apartar del poder a los antiguos nobles, favorecer el ascenso de una nueva nobleza de servicio, creada ahora y a la que vende muchas tierras de realengo, que sería el gran apoyo a su política; persigue implacablemente a los opositores; se rodea de colaboradores de origen alemán, muy adictos a su persona; y reforma la Administración acabando con la corrupción reinante y con la ineficacia burocrática. En 1723 redacta las Reglas del gobierno como un manual del arte de gobernar, para su heredero, donde le aconsejaba mantener la Monarquía hereditaria y afianzar el absolutismo. A pesar de que el Estado impulsó mucho el desarrollo económico, todavía pesaban elementos de otro tipo, como los religiosos, que restringían su margen de acción. Así quedó patente en 1730 cuando se dictó la ordenanza del Domingo, que venía a implantar la obligatoriedad del respeto al descanso los domingos y fiestas religiosas así como la imposibilidad de trabajar.

Su sucesor Cristian VI (1730-1746), era un hombre de escasa inteligencia, enorme piedad y muy humanitario, que buscó ante todo el bienestar de sus súbditos, rodeándose de colaboradores eficaces que le ayudaron en las tareas de gobierno. En su reinado no hay apenas participación en los asuntos internacionales ya que se despliega una política prudente, más germanófila a causa del origen alemán de sus colaboradores y de su propia esposa, Sofía Magdalena de Baireuth. Aunque al principio revocó las disposiciones más opresoras de su padre -abolición del servicio militar obligatorio, aligeración de las cargas fiscales, anulación de la Ordenanza del Domingo, etcétera- pronto volverían a entrar en vigor, por pragmatismo político.

La política económica es claramente mercantilista: apoyo decidido al comercio y la industria. En este sentido se crea en 1732 una Compañía de Comercio para traficar con los países berberiscos, China y las Indias Occidentales; un año después se autorizó a la Compañía de Guinea y de las Indias la compra de las islas de Santo Tomás y Santa Cruz como factorías permanentes. Los productos exportados son madera, alquitrán y arenques; se importa sal, sedas y otros productos coloniales. Para potenciar las inversiones y favorecer la inmigración de técnicos industriales se crea el Banco de Copenhague en 1736, que hará de la capital el centro financiero de Dinamarca, donde también se ubica una activa Bolsa por esos años. Por último, se establecen unas Actas de Navegación que impiden la llegada de barcos extranjeros a los puertos de Copenhague y del sur de Noruega, sobre todo si venían cargados de cereales. Ante el déficit público existente se creó un Departamento de Hacienda (1735) para reorganizar el sistema impositivo, aumentando los gravámenes sobre los bienes raíces. Igualmente se insta a los funcionarios a solicitar el pago de su salario en especie y no en dinero. En 1733 el campesinado es sometido de nuevo al servicio militar obligatorio, al tiempo que aumenta su dependencia del señor. En adelante los siervos tendrán una adscripción total a la tierra que trabajaban durante veintidós años, teniendo que solicitar permiso del señor para abandonar las fincas. Todos los varones a los catorce años de edad ya podían ser llamados para la milicia.

El sentimiento religioso del rey le hizo abrazar el pietismo, por lo que desarrolla una política eclesiástica tendente a lograr la moralidad de la vida pública y las costumbres: cierre de los teatros y cafés, destierro de los actores, vuelta a la Ordenanza del Domingo (1735), introducción del rito de la Confirmación y obligatoriedad de la instrucción pública (1736). Para vigilar el cumplimiento de estas medidas organiza en 1737 un Consejo General de Inspección Eclesiástica que, además, perseguía a las sectas no oficiales y expulsaba a los disidentes en materia religiosa. Por último, su interés por la educación y el fomento de la instrucción trae como consecuencia la reforma de la Universidad de Copenhague (1732) y los estudios superiores, abandonándose unos planes de estudios basados sobre todo en la Teología y elaborándose nuevas enseñanzas donde el Derecho y otras disciplinas más modernas adquirían una especial relevancia. Años más tarde se reforman los estudios secundarios y se multiplican por doquier los centros de instrucción primaria.

Su hijo y sucesor, Federico V (1746-1766), poseía una personalidad brillante que supo realizar una política dirigida al reforzamiento del poder monárquico, al desarrollo de la economía, al progreso de la instrucción y a sacar al país de su aislacionismo internacional buscando la alianza francesa. Su reformismo moderado le granjeó la simpatía de sus súbditos y su prestigio internacional le devolvió a Dinamarca la confianza perdida. Al principio conservó a su lado a los políticos nombrados por su padre, pero pronto se creó su propia camarilla de colaboradores, todos ellos alemanes, destacando Moltke en Estado y Schulin en Exteriores hasta 1750, en que le sucede el hannoveriano Bernstorf. Su política económica fue continuadora: mercantilismo a ultranza, basado en un fuerte proteccionismo para impulsar el comercio y el desarrollo manufacturero, sin olvidar determinados estímulos a la agricultura. Lo más negativo fue la inmensa deuda pública acumulada en su reinado, a causa de los gastos de la política exterior y de la reconstrucción de Copenhague en 1746, tras el pavoroso incendio que la había destruido. La acción exterior fue aislacionista hasta la llegada de Bernstorf a la Cancillería. Este antiguo embajador ante la Corte de Luis XV propicia desde el primer momento el acercamiento a la todavía poderosa Francia. La alianza que se materializa en 1758 era de carácter defensivo, por ella Francia se comprometía a suministrar importantes contingentes de tropas a Dinamarca y a respaldar y garantizar la permuta de Oldemburgo y Delmenhorst por los dominios de la Casa de Gottorp en el Schleswig-Holstein (aspiración permanente de la política danesa, que no había fructificado en anteriores reinados, y que incluso produjo roces con Rusia). Este acuerdo permitió la llegada al país de numerosos franceses, empleados, funcionarios, profesores e intelectuales pero también médicos y científicos, que contribuyeron a la difusión del pensamiento moderno por el territorio nacional. Con Rusia las relaciones fueron muy delicadas por la reivindicación del Holstein, territorio inmerso ahora en la órbita de influencia rusa. No obstante, hubo un acuerdo tripartito en 1750 entre Rusia, Suecia y Dinamarca según el cual los dominios del Schleswig-Holstein serían para los daneses si su actual duque, Adolfo Federico (ligado a la familia real rusa), recibía el trono sueco, los territorios de Oldemburg y Delmenhorst y una indemnización de 200.000 pesos. Pedro III de Rusia pretendió invalidar ese acuerdo, pero su efímero reinado lo impidió, y Catalina II lo mantendría poco después. Este acercamiento a Suecia permite pasar de la profunda enemistad a una unión frente a terceros, que se concierta en 1756 y que se refuerza diez años más tarde cuando se establece el matrimonio de una hija del rey danés con Gustavo de Suecia. El abandono del aislacionismo no alteró para nada la paz, y así quedó patente al optar Dinamarca por la neutralidad en la Guerra de los Siete Años: Como colofón de su reinado, el rey promulga en 1766 una Acta de gobierno hereditario autocrático que daba cobertura legal a su política absolutista y dejaba el camino expedito a sus descendientes en esa misma línea.

Cristian VII (1766-1808) sucede a su padre cuando sólo contaba diecisiete años y una personalidad aún no muy definida pero donde afloraban los síntomas de una demencia precoz que se le iría agudizando con el tiempo y que le incapacitó para gobernar. En su largo reinado podemos establecer tres etapas: la primera, desde su acceso al trono en 1766 cuando inicia su aprendizaje, contrae matrimonio y viaja al extranjero para completar su formación, volviendo al reino en enero de 1769. La segunda fase vendría caracterizada por su ausencia del poder, detentado éste por sus colaboradores que harán una política de reforma, reacción que demuestra, en el fondo, el vacío de poder existente. Desde 1784 hasta su muerte, es el período de la Regencia, en manos de su hijo, el futuro Federico VI.

Como hemos visto, en la primera etapa destituye a políticos heredados como Saint-Germain o Moltke y los reemplaza por otros alemanes; presta poca atención a los asuntos internos aunque respalda la creación de una sociedad científica en 1766, y en el exterior reorienta la diplomacia hacia Inglaterra y Hannover, concertándose el matrimonio del joven rey con Carolina Matilde, hermana de Jorge III. Y prosigue la unión con Rusia, en el llamado Tratado provisional de cambio, firmado en abril de 1767. Un año más tarde, el rey abandona Dinamarca para visitar el extranjero: Holstein, los Países Bajos, Inglaterra y Francia, donde entró en contacto con intelectuales ilustrados de la talla de D`Alembert y Diderot. A su vuelta de tan largo periplo el rey va sumiéndose en una apatía que se desliza peligrosamente a la locura y se desentiende de los asuntos políticos, aunque la reina, apoyada por Struensee, va ampliando su participación. Tras un enfrentamiento crucial entre los partidarios de Bernstorf, que controla el Consejo privado, y la camarilla de la reina, donde triunfa esta última, se produce la caída de aquél y el acceso de Struensee primero como jefe de la Dirección de Pedimentos, y más tarde como ministro del Gabinete cuando este órgano de gobierno sustituya al abolido Consejo privado. Struensee se aplica ahora en lograr la modernización política del Estado y la sociedad danesa. Partidario del despotismo y de las ideas ilustradas creía firmemente en la acción reformadora desde el Gobierno, por lo que en su corto mandato, de apenas dos años, dictó medidas y promulgó leyes con una profusión desconocida hasta la fecha, y que iba a granjearle la oposición de los grupos conservadores y opuestos al cambio.

Entre las reformas institucionales habría que señalar la revisión sistemática de todos los organismos gubernamentales poniéndolos al servicio de la Corona; se abolieron determinados altos cargos de la Administración civil, principalmente los que estaban ocupados por nobles, y se hizo una renovación del personal administrativo buscándose su profesionalización. La propia capital del reino, Copenhague, fue reorganizada siguiendo los criterios urbanísticos más avanzados del momento. En las medidas políticas destaca el respeto a la libertad personal y la abolición de la censura de prensa y ediciones; también fue ampliada la libertad religiosa y se garantizan los derechos de los súbditos frente a la arbitrariedad policial, no permitiéndose a los agentes policiales entrar en domicilios particulares avasallando la intimidad. Igualmente el derecho procesal fue revisado en sentido humanitario, aboliéndose la tortura de los procedimientos penales. La reforma social se dirigió fundamentalmente a acabar con los abusos de los nobles, suprimiendo ciertos privilegios que gozaban, y con la corrupción existente entre ellos; también se les recortó su poder respecto a los hijos (ya no podrían confinarles por mantener una postura diferente á la del padre) y a sus deudores, que no podrían ser encarcelados por las deudas contraídas. Se intentó dignificar al individuo y por ello se suprimió la infamia que pendía sobre los hijos ilegítimos y también desaparecen muchos obstáculos que entorpecían los matrimonios. Por último, se suavizan las condiciones de vida del campesinado reduciendo muchas corveas, como un primer paso hacia la liberación de los siervos, ocurrida poco después. La política económica tendió a asegurar unas fuentes de financiación estables y elevadas y para ello se recorta el gasto público: desaparición de muchas mercedes reales donadas por el antiguo Consejo, disminución de las pensiones pagadas por el Estado, paralización de las construcciones de templos a costa del erario y supresión de la guardia real. Asimismo se intentó elevar los ingresos creándose una lotería nacional e incautándose el Estado de muchas rentas de las fundaciones piadosas para destinarlas a fines benéficos. Además, se abandona la política tradicional de financiar el Estado empresas privadas y se reducen los días feriados para incrementar la producción. También la educación recibe nuevos impulsos, procediéndose a la reforma universitaria tanto en los estudios como en el cuerpo docente, e incluso se ideó crear establecimientos benéficos para educar a los niños pobres y huérfanos.

Con este cúmulo de medidas, todas ellas innovadoras, Struensee se ganó la animadversión de los privilegiados, fue duramente criticado en la prensa y se va gestando en su contra una sorda oposición que termina en un complot dirigido por individuos cercanos al poder, que provocan su caída y la de la reina en enero de 1772. El grupo que organizó la conspiración carecía de programa político, lo único que les unía era la oposición a las medidas de Struensee; entre ellos sobresalía Guldberg, quien se convirtió en el hombre fuerte del Gobierno entré 1772-1784. Este, a diferencia del anterior, se caracterizaba por su conservadurismo, enemigo de todo cambio, opuesto al progreso, ultranacionalista y germanófobo; inaugura una política patriótica: la lengua danesa se convierte en idioma oficial y se impone como obligatoria en todos los niveles educativos; los cargos del Estado quedan reservados a los naturales (1776) y se elabora un nuevo método de reclutamiento militar aumentando la proporción de daneses en el ejército frente a los mercenarios extranjeros. Se revocan las leyes más progresistas emanadas del anterior Gobierno: reimplantación de la tortura en los procesos, recortes a las libertades individuales, vuelta al poder de los nobles, adopción del proteccionismo y canalización de préstamos estatales a la industria privada.

En 1784 el joven príncipe heredero consigue autorización de su padre para asumir la regencia y accede al poder; en el plano interior, retoma el carácter reformista de la política de Struensee y apuesta decididamente por el progreso: supresión de la censura, emancipación total de los siervos (1787-1788), política fisiocrática en la agricultura y abandono del proteccionismo en pro del libre comercio, facilidades a los campesinos para acceder a la tierra (se llegó a trasvasar a éstos la mitad de las tierras existentes) y a la educación, y aligerando sus cargas fiscales (diezmos); el decreto más radical se dictó en 1792 prohibiendo el tráfico de esclavos, convirtiéndose así Dinamarca en el primer país europeo abolicionista. La política exterior contó con la dirección de Bernstorf, primero entre 1772-1780 y luego en la Regencia (1784-1797); por un lado, prosigue la alianza con Rusia como garantía frente a Suecia y en 1773 los ducados de Schleswig y Holstein quedan plenamente integrados en territorio nacional danés; en 1780 hubo un acercamiento a Suecia, creándose la llamada Primera Neutralidad Armada del Norte, y un intento de pacto con Inglaterra que no llegó a consumarse y que provocó la caída del diplomático. A finales de los ochenta la alianza rusa estuvo a punto de romper el pacifismo al estallar la guerra entre Rusia y Suecia pero los daneses se abstuvieron de intervenir proclamando su neutralidad y en 1792 la diplomacia danesa, de nuevo, se parapetó en su pacifismo ante la guerra general europea contra la Francia revolucionaria. Al mantenerse ajena a los conflictos internacionales pudo seguir su empresa modernizadora, por lo que al llegar el siglo XIX este país era uno de los más avanzados del Continente y que más tempranamente habían consumado la desaparición del régimen feudal.